jueves, 23 de octubre de 2008

"Más cornás da el jambre"

Llevo unos días ausente y es que hay veces que es mejor ver los toros desde la barrera, y nunca mejor dicho.

En los últimos días mi burro, que no es un Rucio cualquiera, se ha enzarzado a coces con un toro, que no sé si enamorado de la luna, con botines o sin ellos, ha entrado en la refriega para engrosar esta fauna, que ya la quisiera para sí el mismísimo Samaniego.

En esta lid de coces y "cornás" he preferido mantenerme al margen , ya que bien mocito está mi burro para que salga nadie a defenderle, y el toro demuestra, que como los dientes, los cuernos duelen al nacer pero luego ayudan para comer.

Está visto que el burro, falto de mejores argumentos que los redundates bulos con los que entretenía a su público, y molesto por lo que se ve por la aparición inesperada del toro, (por algo será) ha preferido entrar al trapo y participar de la charlotada, en la que falta el enano torero y el chino que trajo Blas en unas ferias pasadas. O aquellas brasileñas que nos traía Paco Gil y que consiguieron que mi burro se pusiera más ídem que nunca... (disculpen ustedes la ordinariez)

Entre tanto yo, vestida de peineta y mantilla (del todo a cien, no sea que digan que me costó 3000 euros) veo los toros desde el tendido esperando el cambio de tercio para opinar.

A ver si en esto aparecen los tres cerditos, el cuervo y el queso, o las ratas de Hamelin, que ya no saben que flauta seguir.







sábado, 18 de octubre de 2008

A mi burro, a mi burro...


Pues sí, mi burro me tiene preocupada porque últimamente parece enfermo. Se ha obsesionado con desprestigiar a toda la familia socialista (y allegados) y apenas duerme, come, ni sale, pensando sólamente en cómo reunir en un batiburrillo toda la información que llega a sus orejones para desacreditar al político en cuestión.

Ahora le ha dado por Raquel Puertas y tal ha sido su afán por criticarla que incluso ha perdido las formas, literarias me refiero, de las que había hecho gala en anteriores entradas. No sé si esa enfermedad suya está mermando también su capacidad lingüística, pero este último artículo queda muy lejos del barroquismo casi romántico de los primeros. Usa aforismos tópicos como "trepa" o "el lenteja" dejándose llevar por el lenguaje chabacano y soez que usa en el bar, no en el suyo que ya cerró, si no en los que asiduamente frecuenta.

En su ímpetu demoledor critica la incuestionable labor de Raquel Puertas al cargo de cuantas concejalías ha desempeñado, olvidando sus logros, en detrimento de una visión destructiva de su paso por determinadas siglas.

En una ciudad como la nuestra deberíamos preocuparnos más del fin que de los medios, si es que de progreso y beneficio popular estamos hablando, y si Raquel ha tenido que realizar un periplo por varios partidos para conseguir que sus ideas se desarrollen en beneficio de la ciudad no debe desacreditarla sino demostrar su incuestionable valía.

Un jugador de fútbol a lo largo de su carrera deportiva va pasando por varios equipos, demostrando en todos ellos que ha sido fichado por algo. En política municipal no queremos acólitos de unas siglas que por fidelidad lleguen a un puesto que no merecen, sino gestores que nos ayuden a avanzar, y Raquel, en este caso, ha demostrado que lo hace.

Afortunadamente mi burro al final hace acopio de sinceridad y reconoce su labor.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Apadrinar un bulo

Siempre quise ser madre. Siempre pensé en mulitos, burritos o caballitos trotando a mi alrededor. Sin embargo la genética lo impidió. La consanguineidad entre mis antecesores, una jaca toledana ella y un cazurro pollino donde los haya él, se negó a hacerme ese favor.

Cuándo conocí al burro de los cachones él ya tenía su pequeño cachorro, al que cuidé como propio, en las oportunas medidas que la ley permitía. Pero siempre dudé de si el amor que le dispensaba era el propio de una madre, o quizás tan solo de una tía cercana.

En varias ocasiones le comenté al burro la posibilidad de adoptar. Lo cogeríamos de pequeño y sería como nosotros. Ante mi asombro no se mostró contrario a tal proposición, e incluso llegó a plantear cómo llamar al chiquillo. Si nace niña, decía, le llamaremos Murra, con la mu de mulo, por su madre, y el final de burra, por su padre.

Lo del cambio de papeles siempre le ha hecho gracia.

Sin embargo decidió que lo mejor era adoptar un varón y fue así como se aficionó a apadrinar bulos.

Tan burros como su padre y tan mulas como su madre.

Al primer bulo que apadrinó lo llamó Cohiba, cogía los rumores que circulaban sobre cierta persona y los vertía sobre su propio engendro, pensando que así los haría realidad.

Ponía un poco de su propia cosecha, tres datos inventados, cuatro tergiversados, cinco procedentes de la rumorología popular, y con esa mixtura creó su primer hijo adoptivo, pura fachada que nada tiene que ver con la realidad. Pero sus compañeros de vinos y las gentes de poca capacidad intelectual y menos inquietudes personales, enseguida lo tomaron por cierto.

Poco a poco se dio cuenta de que sus bulos eran más famosos que él mismo, así que, nada celoso de ellos, lo que hizo fue prodigarlos, apadrinando uno casi a diario para jolgorio de sus palmeros y sonrojo de sus conocidos.

Ahora los difunde por su blog pensando que por escritos serán más ciertos y que alguno de sus incondicionales adláteres corroborará sus datos para hacerlos más creibles.


Pido el divorcio

Mi marido siempre ha sido un patán, y la culpa la tiene aquella foto que le hicieron en los años 40 para una dichosa postal, que encima perdió y se limita a contar a todo el mundo que un día salió en ella, con la vanidad que le caracteriza y ese trotar presuntuoso con el que deambula de bar en bar, cotilleando para contar en uno lo que ha escuchado en otro.

Tal es su afán de protagonismo que ha perdido la credibilidad en todos los foros. Su grandes orejas le sirven para escuchar, pero su pobre cerebro de jumento, apenas le da para discernir lo que escucha y lo tergiversa a su manera, entendiendo lo que quiere entender y confundiendo, no sé si a propósito o no, a cuántos le escuchan. Unas veces por llamar la atención, y otras, las más, simplemente por sentirse escuchado.

Así tan pronto difunde cualquier chisme que ha escuchado en cualquier bar, como si fuera un secreto de estado, como se inventa un bulo para ver cuánto ha crecido cuando regrese a sus orejones. Iba a decir oídos pero no, porque oir o escuchar es un sentido del que carece, como tantos otros.

Se mueve por los ámbitos políticos como un elefante en una cacharrería, causando destrozos más por su torpeza que por su habilidad para entenderlos, convirtiéndose en el hazmerreir de cuántos le aguantan y en bufón de cuantos le siguen y jalean, animándole desde el anonimato a seguir con sus torpes coces golpeando a diestro y siniestro.

En mi resignación sólo me queda la excusa de que no es más que un pobre burro y, aunque él piense que se cuela sigilosamente en los entresijos de la política placentina es fácil distinguir un burro entre cualquier grupo de personas. Por la cola, las patas, las orejas y... ese socarrón rebuznar que le delata.